Cuando volví a abrir los ojos, aún era de noche, aunque
estaba amaneciendo. Miré el despertador, que Jacob acababa de apagar. Eran las
6 de la mañana. Le observé mientras se levantaba y se vestía con cuidado de no
hacer ruido. Cuando salió del dormitorio, volví a cerrar los ojos.
Sentí sus labios en mi frente.
-Mmm… - susurré
adormilada.
- Me voy a trabajar, amor. Si acabo pronto lo que tengo
entre manos, volveré antes de la hora de comer.
- De acuerdo… Te esperaré aquí. – respondí, besándole.
- Hasta luego.
Me encogí en la cama y volví a dormirme.
Cuando finalmente me levanté, eran las diez. Desayuné y
acudí a la cita que tenía esa mañana. Mientras me tatuaban la rosa en el
tobillo, recordaba la conversación que tuve con Jacob al despertar tras nuestra
primera noche juntos: “Creo que te falta algo que indique tu sensibilidad y
ternura”. Esas fueron sus palabras. Había decidido que tenía razón, aunque solo
él lograba despertar esa parte de mí.
Antes de volver a casa de Jacob, pasé por mi piso. Los
rebeldes no suelen atacar durante el día y, además, soy incapaz de vivir sin
armas y no me atrevía a tomar prestada alguna de Jacob. Todo estaba igual que
por la noche así que me dirigí al armario de mi dormitorio y abrí el doble
fondo. Decidí coger un puñal corto que amarré al tobillo sin tatuar, un
revólver que oculté en la cintura del pantalón y una daga curva que guardé en
el forro de la cazadora de cuero. Aproveché para recoger algo de ropa, entre la
que oculté el resto de mis armas.
Cuando llegué al apartamento de Jacob, la puerta no estaba
cerrada con llave, como yo la había dejado. Supuse que él ya había vuelto de
trabajar. Dejé la bolsa de viaje sobre el sofá.
- ¿Ya has acabado el trabajo? – pregunté en voz alta.
Al ver que no me contestaba comencé a sospechar que algo iba
mal. Saqué el revólver y fui hacia la cocina, que estaba vacía. Desde la puerta
atisbé una sombra en la puerta del dormitorio. No era Jacob, el intruso era más
bajo que él.
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